el día que me dijiste que no me amabas
y el corazón se me volvió pesado como el plomo
deforme como una fruta extravagante
vos decías cosas muy tontas
(la verdad que el desamor se ve: es un gesto
y ya estaba dado
pero vos insistías en explicarme)
y entonces me explicabas
y me dabas náuseas al mismo tiempo
hasta que yo dejé de escucharte y escuché
que estaba lloviendo (qué derroche, qué pena
yo acá confinada en esta burocracia
¿no podemos hacer trampa y saltear
los desenlaces?) cuando terminaste tu discurso
-poco esmerado por cierto porque nunca fuiste
demasiado interesante- yo con un risa ácida, lúcida
al mismo tiempo te dije: está todo bien, querido
solo lamento que esté lloviendo porque este amor
sabés, es olvidable, pero ahora que llueve, este día
voy a recordarlo, no hay escapatoria
y así fue
aquí la prueba.
en todos los recuerdos que tengo de tu casa
aparezco sola
el agua, el verano, el jardín
las flores grandes
peligrosas
y vos oscurecida
en los márgenes
difusa
siempre tuviste
la ternura rígida
de quien es amable por deber
por largas tradiciones
de cortesía
hay que amar a los hijos
y a sus hijos, y a los hijos
de sus hijos
igual, te agradezco
qué naturalidad
estoy esperando
y por qué la espero
tal vez el amor
solo sea una exigencia
rigurosamente humana
que no nos salvará de estar solas
pero sí del incendio
de la inundación
de las depredaciones.
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