*
Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.
*
Donde viví una vez.
No era este pastizal
donde no tuve ruinas.
Ahora parece el pelo de un león dormido
el yuyo crecido sobre otra época.
El viento peina la melena apaisada
en una sola dirección
mientras los bichos se hartan de zumbar
y de cargar comida
hasta la noche.
En el medio de esa piel domada
descansa el agua,
acaso lágrimas de un animal que sueña
o esos espejos
a los que sólo se les puede oponer tiempo.
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