martes, 22 de septiembre de 2020

2 poemas de Matias de Rioja (Río Negro, 8 de septiembre, 1981)

RECAÍDA

Fue dura la abstinencia.
El cuerpo me temblaba.
lloraba a diario,
algunos amigos se cansaron
de mis mentiras,
mis recaídas,
hasta yo dudé de mi,
pero hoy puedo decir
que estoy limpio.

Sí, estoy limpio.
Fueron setecientos días.
Siento que merezco mi medalla.
y el aplauso del grupo de
neuróticos anónimos.

Ya no entro a tu muro,
no miro tus historias de instagram,
ni tu última hora de conexión.
Ya no paso por el bar donde
nos conocimos,
ni me tomo el colectivo
para ir a nuestra plaza.
Apenas si te sueño.

Y ahora que ya no te siento en mi cuerpo,
ahora que pasaron los temblores,
y la sed insoportable por verte,
ahora que finalmente me desintoxiqué,
siento que es hora de volver a intentarlo.

Pero quizás antes,
debería mandarte este mensaje por privado.
Si, eso.
Entrar un segundo por un instante a tu muro.
Ver una foto,
una sola,
mandarte este mensaje.

Aunque ahora me duela la panza
viéndote sonreír en esa playa,
y me transpiren las manos mientras te escribo,
y me vuelva a preguntar por qué,
y le diga a mi amigo que estoy en casa
mientras me subo al colectivo,
y me siento en nuestro banco de la plaza
con la esperanza de cruzarte,
y me repita temblando que fueron
casi setecientos días sin pensar en vos.



PRIVILEGIOS

No sé escribir con la furia
del hambre,
con la piel rajada de frió,
escribir como los que
nunca pudieron ver el mar
ni calentarse junto al fuego.

Desconozco cómo es escribir
con las manos ampolladas,
con el cuerpo cansado,
con el barrio sangrando,
y para ser honesto,
no pretendo hacerlo.

Porque lo que me duele,
y me conmueve
es la conciencia de que
el mundo empieza fuera de mi,
y desde ahí,
busco y escribo.

Porque quizás el azar,
acaso el destino,
-pero nunca el mérito-
me parió del lado
de los intactos.

Los del plato lleno,
la cama abrigada,
la mano caricia
y no golpe,
la ternura como suelo.

Pero este privilegio,
esta suerte de
que la hospitalidad
haya sido la norma,
y la hostilidad la excepción,
me obliga a no ignorar
el sufrimiento ajeno.

Porque hace tiempo
entendí que nadie
se salva solo,
que la vida no puede
ser sólo la posibilidad de algunos,
que no hay deseo cuando
hay hambre,
y que el mundo no debería
ser jamás
patrimonio de unos pocos.

Por eso,
aunque no escriba desde la furia,
ni desde el frío,
ni desde el hambre,
escribo con el dolor de los que me duelen,
con los dañados y los rotos,
escribo mientras la insurrección avanza,
y hasta que todos los privilegios
-incluido los míos-,
caigan.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario