COMO LAGARTOS
Un día llegó el invierno y nos halló al sol
al amparo de un médano calentándonos
adormecidos por la música que el viento
venía a traernos de alguna lejanía.
Como quien permaneciendo en un sitio
toda una vida sin enterarse o, mejor,
sin vida permanece en un sitio del cual
ya no habrá de enterarse jamás,
estábamos solos, allí.
Mañana nunca habría de llegar
ni mañana ni nunca
ni en nuestros pensamientos dispuestos
de modo perpendicular a nuestros cuerpos y
dispuestos, también, a ocuparse de nada.
En tanto sigamos quietos no habrá de llegar
un solo recuerdo a estas orillas que nos vieron nacer
ni bajar a la playa un resto de infancia, una voz,
un juego, un atisbo de conciencia de otra realidad.
Todo
cuanto podía haber a nuestro alrededor
-arena, mar, cielo-, nos pasaba por alto
igual que esas nubes a las que no prestamos
la menor atención. Sin embargo
nos complacía por el hecho de haber estado allí
desde siempre, tanto el aire que respirábamos como
el que abominábamos.
Sin saberlo, debimos de haber abandonado
todo por nada
y cuando el sol se ocultó a nuestra vista
el adiós de los tontos se hizo inevitable.
Pensábamos
en eso casualmente cuando tendidos al sol
sopesamos temerosos las consecuencias
que pudiera acarrearnos proyectar nuestros días
al amparo de un médano en un tiempo
sin retorno.
Pensábamos en eso con la frecuencia cansina
de las olas, esas que embisten contra
una rompiente imaginaria y, sin poder evitarlo,
en la cúspide aun de nuestra tristeza, de nuestra
dulce y triste felicidad pensábamos, también,
desde dónde habríamos de precipitarnos
al vacío de un sueño sin fin. Y así,
al cabo de que las formas se sumieran
en sus sombras y las sombras en sus formas
nosotros hicimos lo propio, aunque volvíamos,
no obstante, a empezar, adormecidos en la arena,
calentándonos al sol, como lagartos,
en alguna lejanía.
HUMEDADES DICENTES
Nada que nos permitamos decir
o significar en un rapto de escritura intensa
supone algo del orden de la revelación
amar
una emergencia o el sentido acabado
de un propósito
morir
en tanto entidad sujeta a una lectura
a una interpretación acerca del poder
autoridad más o menos competente
intemperancia del verbo
y sus usos
anhelo, perplejidad, a menudo
paño que absorbe humedades dicentes
de la lengua, disidencias solo
a menudo, porque de vez en cuando también
la excepción se constituye en regla
y lo dicho es arrojado a una distancia razonable
de todo azoramiento. Entonces,
el frío que te conocí, que supe de vos
aquel frío ingrato no es
este diamante que hoy se apaga.
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